Ante el dilema de cuidar la salud o la economía, claro que la salud es prioritaria, pero cuando el problema de salud parece haberse mediatizado más que otros peligros que experimentamos, la otra parte que también es vital no debe descuidarse hasta el abandono. Recordemos el postulado de Santo Tomás de Aquino sobre el mal menor: cuando lo que decidas es perjudicial, escoge lo menos malo.
Guadalajara, Jalisco a 1 de abril de 2020
Estimada comunidad IEE:
En uno de sus libros, el profesor y filósofo Héctor Zagal dedica un capítulo a un tema hoy estelar: la radicalización de las posturas del hombre respecto a su propia contingencia humana. El capítulo no podría llevar un título mejor: ‘De la indigencia a la arrogancia (y de regreso)’, donde nos pone como ejemplo de arrogancia a la Grecia clásica; del otro lado nos presenta a Job y la indigencia humana.
Sobre la primera postura destaca el optimismo del coro de la tragedia Antígona, que señala que si bien no podemos escapar de la muerte (aunque algunos afirman hoy lo contrario), las enfermedades que antes eran incurables ahora son curadas por la medicina. Ingenio, esfuerzo e inteligencia del ser humano le dan la capacidad para superar los retos y responder las preguntas de la vida: “Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportarse, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los de las lluvias inclementes. Nada de lo por venir le encuentra falto de recursos. Solo del Hades no tendrá escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ha discurrido ya posibles evasiones”, nos dice Sófocles en un párrafo.
Al abordar el tema de la indigencia, Zagal nos remite al Libro de Job del Antiguo Testamento, cuyo relato nos dice que es Job un hombre que experimenta la abundancia en todo: admiración de sus compatriotas, riquezas materiales, descendencia, salud, estilo de vida, etcétera. Pero también en devoción hacia Yahvé, quien le habla a Satán con orgullo de la rectitud de Job, a lo que el maligno responde que el hombre ama a Dios porque goza de una posición privilegiada; la fidelidad de Job es consecuencia de su prosperidad. ‘Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice en la cara!’. Así, con permiso de Yahvé, Satán daña la salud personal, la familia y las posesiones de Job: mueren sus hijas e hijos en un día, pierde todos sus bienes, muere su ganado, llagas purulentas cubren su piel, y demás males. Pero él no maldice a Dios, ni reniega de su ley. Reconoce que todo está en manos del Creador: ‘El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó, ¡bendito sea el nombre de Dios!’, repite el desgraciado, reconociendo la pequeñez humana.
En medio de esta contingencia mundial de salud en la que nos encontramos, no está de más recordar ambas posturas. Vemos a los arrogantes que suponen que nada pasará porque tendremos siempre diversos elementos para conjurar cualquier peligro que se nos presente, aunque nos informen que sigue creciendo el contagio; la arrogancia se manifiesta en imprudencia. Por otro lado, los de la visión indigente sintieron en extremo la vulnerabilidad que se transformó en paranoia, compras de pánico y luego parálisis; ese es el tamaño de nuestros miedos.
Si los primeros tuvieran mayores datos científicos –que son su orgullo y sustento- dentro de su arrogancia, y los segundos mayor resignación –que es inherente a esta visión- dentro de su vulnerabilidad, es probable que las posiciones de los extremos llegaran un punto medio, el más prudente y el más necesario en casos así. Al final todo se reduce a la postura con la que afrontamos un problema.
Ante el dilema de cuidar la salud o la economía, claro que la salud es prioritaria, pero cuando el problema de salud parece haberse mediatizado más que otros peligros que experimentamos, la otra parte que también es vital no debe descuidarse hasta el abandono. Recordemos el postulado de Santo Tomás de Aquino sobre el mal menor: cuando lo que decidas es perjudicial, escoge lo menos malo.
Cuando todo este asunto pase, más allá de lo que nos digan los medios y las redes sociales, sabremos empíricamente, con la gente de nuestro entorno, cuántos se contagiaron del coronavirus y cuántos fueros afectados económicamente por las medidas tomadas para su prevención; sólo entonces sabremos cuál era el mal menor, en cualquier caso, habremos de redoblar esfuerzos y salir adelante.