Gabriel Marcel hizo una clara distinción entre problema y misterio: un problema es un obstáculo, pero objetivo y por ende puedo clasificarlo, definirlo y, con el tiempo, resolverlo; un misterio, en cambio, es aquello que por más que profundices nunca se agota, no lo podemos abarcar, tampoco reducir ni domesticar, porque cuanto más penetramos en él, más se nos escapa, más nos sorprende, más nos desborda.
Ciudad de México a 1 de julio de 2024
Estimada comunidad IEE:
Gabriel Marcel hizo una clara distinción entre problema y misterio: un problema es un obstáculo, pero objetivo y por ende puedo clasificarlo, definirlo y, con el tiempo, resolverlo; un misterio, en cambio, es aquello que por más que profundices nunca se agota, no lo podemos abarcar, tampoco reducir ni domesticar, porque cuanto más penetramos en él, más se nos escapa, más nos sorprende, más nos desborda.
Es una reflexión oportuna en el cierre de la primera mitad del año, porque una época totalmente utilitarista como la que vivimos desprecia el misterio, consideramos inútil sumergirnos en lo que no se resuelve objetivamente; todo tiene que ser monetizable, producir beneficios tangibles, en caso contrario lo desechamos como una pérdida de tiempo. Si entendemos lo útil como lo que sirve para algo distinto, o sea un medio para conseguir otra cosa, entonces hoy la mentalidad ha perdido la capacidad de ver el valor de lo inútil, de hacer algo desinteresadamente.
Despreciamos el misterio porque padecemos la incapacidad de vivir sin certezas, así que aspiramos a pequeñas estabilidades que nos encogen y enfrían el alma. La lucha que en épocas de grandeza apelaba a la valentía, el coraje, la imaginación y el idealismo se sustituyeron por el cálculo económico, la resolución de problemas técnicos, y la satisfacción de gustos sofisticados de todo tipo. El miedo le ha ganado la partida a la ilusión: sabemos cuánto necesitamos para ganarnos la vida, pero no sabemos para qué sirve y cómo construirla.
En lo laboral dominan empleos costosos emocionalmente, con sacrificios para acceder a sueldos que no los compensan; una cuenta abultada implica, en la mayoría de los casos, la renuncia de lo que les habría hecho felices. No podemos comprar experiencias que nos transformen, ni amigos que se queden con nosotros, ni el respeto y el afecto de los demás, pero, sobre todo, no podemos comprar sentido para nuestro vivir. En nuestra paradójica pretensión de ser infinitos (que es un misterio), perdemos la capacidad de saborear la vida para convertirnos en una generación agobiada y triste, pero con fotos felices; una generación que teniendo todo perdió la capacidad de experimentar los sentimientos más profundos, que olvidó las raíces y lo que es verdadero; una generación que se iba a comer el mundo, pero que el mundo acabó engullendo. ¿Cuánto nos costará recuperarnos a nosotros mismos?
La receta es simple y no es nueva, la ha tenido la humanidad desde hace siglos: hay que regresar al misterio. Vivir sin certezas no es tan grave como parece, de la misma manera que puedes manejar toda la noche viendo sólo lo que los faros del auto te permiten. Depende de regresar a la interioridad del hombre y de la cultura con el fin de recuperar la serenidad, el equilibrio y la proporción en todo, por eso siempre será útil reencontrarnos con los verdaderos modelos que promueven la grandeza y la adhesión a valores superiores que nos conducen a la felicidad.
Es necesario, pues, recuperar el ocio y la filosofía y recordar que las tradiciones griega, latina, cristiana y prehispánica son la estirpe de la que procedemos en legítima herencia, y en las que ser sabio consistía en asomarse al mundo de las esencias por encima de las contingencias terrenales. No poner en el centro el éxito, la eficacia y el beneplácito de la mayoría que son el hacer y tener, sino nuestro ser, que surge de la vida contemplativa, de reflexionar, de estar a solas con nuestro propio yo.
Además de vivir exteriormente (contar, pesar y medir), también abrir y acrecentar espacios para lo inútil materialmente: el pensamiento, la reflexión y el misterio; recordar todas las citas de la agenda, pero no olvidar las que tenemos con nosotros mismos. Así como en el espacio existen templos y lugares sagrados que están consagrados al Misterio, en el tiempo también debe haber un sentido semejante, un momento en el día reservado a la contemplación, al cuidado de la vida interior y a la elevación de la inteligencia; a construir en nuestro interior una catedral invisible.