“To be or no to be, that is the question…”, es la primer línea de un soliloquio en el Hamlet de William Shakespeare. El idioma inglés, más limitado en muchos puntos que nuestro español, sólo tiene el verbo to be, mientras nosotros tenemos dos al traducirlo: ser y estar. Podemos estar enojados, pero no ser malhumorados, el primero es pasajero, el segundo vive en nosotros.
Dicen que odio es envidia, pero hay envidia pasajera que puede ser incluso motivación para que mejoremos; tristemente hay quienes viven de su odio, consisten en él. El que no experimenta este tipo de aversión es porque está lleno de sí, en contraste de los que están llenos del otro en la dimensión de los celos; se imposibilitan para amar al prójimo porque no pueden amarse a sí mismos.
CDMX a 1 de abril de 2022
Estimada comunidad IEE:
“To be or no to be, that is the question…”, es la primer línea de un soliloquio en el Hamlet de William Shakespeare. El idioma inglés, más limitado en muchos puntos que nuestro español, sólo tiene el verbo to be, mientras nosotros tenemos dos al traducirlo: ser y estar. Podemos estar enojados, pero no ser malhumorados, el primero es pasajero, el segundo vive en nosotros.
Dicen que odio es envidia, pero hay envidia pasajera que puede ser incluso motivación para que mejoremos; tristemente hay quienes viven de su odio, consisten en él. El que no experimenta este tipo de aversión es porque está lleno de sí, en contraste de los que están llenos del otro en la dimensión de los celos; se imposibilitan para amar al prójimo porque no pueden amarse a sí mismos.
Los tristes sucesos del estadio La Corregidora, cargados de violencia y saña causaron estupor e indignación, nos demostraron de qué es capaz una sociedad que alienta justamente esa forma de ser: sabemos odiar muy bien, pero no hemos aprendido a amar en una proporción mayor. No fue el hecho en sí, sino su significación; lo que puso al descubierto de nosotros mismos.
No faltaron las condenas, la búsqueda de culpables, la preocupación por la existencia de gente así, sin asumir que quizá todos tengamos parte de responsabilidad. Las redes sociales se encendieron, unos mostrando escenas grotescas mientras otros se dedicaron a señalar responsables -autoridades incluidas-, suponiendo que el descalificar nos hace mejores, nos ubica en un plano de superioridad moral que nos convierte automáticamente en merecedores de respeto. ¿Qué pasaría si en lugar de señalar ejerciéramos la virtud de la caridad? “Estamos como estamos porque somos como somos” dijo el Filósofo de Güemez. Con todo lo respetables que podamos ser, a toda esa gente no hemos sabido darle un ideal mejor.
El gran místico medieval San Buenaventura, destacado franciscano, diferenció las palabras latinas lux y lumen; la primera significa luz, la segunda lumbre. La luz queda en sí, la lumbre es la que se comunica. De allí se sigue que hay personas que se lucen, señalan errores en los demás para mostrarse, pero no por interés en los otros; también están los que alumbran, muchas veces sin darse a ver, pero haciendo sentir su calor; nadie se conoce mejor que el que se cuida de conocer a los otros, labor indispensable en lo que nos ocupa aquí, puesto que conocer es amar.
Parece una labor titánica, pero es cosa de cambiar una simple letra. Hesídodo personificó a la discordia como la odiosa Eris, madre de la Fatiga, “Luchas, Asesinatos, Masacres de hombres, Riñas, Falsedades…”. También al amor, Eros, como la “causa capaz de poner en movimiento y recoger las cosas”, es el principio que inspira el cosmos (que significa orden).
No es, pues, Eris sino Eros, enseñar a amar antes que a odiar con el ejemplo de nuestro propio comportamiento; no sólo estar sino ser, tocar las esencias para que la estancia entre nosotros sea más grata para todos; lumbre en lugar de luz, no lucirnos en señalar errores sino coadyuvar a su resolución desde nuestra personal labor, aunque sea invisible. Ello otorga ideales superiores a la comunidad, no busca sólo respeto, sino imitación.
Salvador Leaños