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Comunicado del Rector

Agosto, 2023

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No todo lo que hacemos los seres humanos se considera acto humano. Comer, dormir, ir al baño, entre otras actividades, se consideran actos instintivos propios de cualquier mamífero; para que se consideren humanos, los actos deben involucrar las características que les son exclusivas, de manera que en libertad emplean la inteligencia y la voluntad para ascender a esa jerarquía.

 
Ciudad de México a 1 de Agosto de 2023

Estimada comunidad IEE:

No todo lo que hacemos los seres humanos se considera acto humano. Comer, dormir, ir al baño, entre otras actividades, se consideran actos instintivos propios de cualquier mamífero; para que se consideren humanos, los actos deben involucrar las características que les son exclusivas, de manera que en libertad emplean la inteligencia y la voluntad para ascender a esa jerarquía.
A la Universidad recién nacida, allá por el siglo XI, llegó una polémica intelectual: cuál de los atributos del acto humano tenía primacía. Los franciscanos defendieron decididamente a la voluntad, mientras que los dominicos hicieron lo propio con la inteligencia. El argumento de los primeros: la voluntad debe querer para que la inteligencia se ordene en ese sentido, mientras los segundos consideraron que el intelecto determina lo que es bueno para que la voluntad lo apetezca.
Cabe decir un par de palabras sobre los fundadores de sendas órdenes mendicantes (que viven de limosna) para entender el fin del conflicto. San Francisco fue todo ardor contemplativo, desposado con la pobreza pensaba que cualquier posesión te hace soberbio, por ello rechazó todas, incluyendo el conocimiento. Santo Domingo, en cambio, tuvo por indispensable el estudio y la ciencia. Esta fue la causa de que no fusionaran ambas órdenes una vez que sus fundadores se encontraron.
A pesar de no tener gran presencia en las universidades por la razón ya expuesta, los franciscanos fueron dignamente representados por grandes personalidades intelectuales como San Buenaventura y Duns Escoto. Los dominicos tuvieron amplia presencia en la educación superior y su representante máximo, apabullante, fue Santo Tomás de Aquino, figura señera de toda una época, que, con sus argumentos y la penetración en las universidades, inclinó la balanza para los dominicos y su propuesta de la inteligencia como atributo primero del acto humano.
Dos datos curiosos: (1) se piensa que, así como el nombre de franciscanos proviene de San Francisco, el de dominicos lo hace de Santo Domingo, más no es verdad en este caso. La palabra viene de Domini canis, es decir, ‘los perros del Señor’, los custodios con fiereza de la doctrina es su integridad. (2) Por ello la Inquisición estuvo encargada a ellos, así como el papel de jueces ante los complicados asuntos de doctrina que se resolvían en los más altos niveles.
Sin duda aquel tiempo de definiciones exigía a la inteligencia el develar muchos misterios y aplicarse en el desarrollo de las ciencias que tuvieron un progreso notable y que en nuestros días presentan con claridad cosas del saber que requirieron de muchas horas de estudio, de abstracción, de polémicas y acuerdos, de meditación y experimentación, de premisas y conclusiones.
Hoy vale la pena poner otra vez el tema a discusión. Los tiempos han cambiado y mientras tenemos mucha inteligencia, acusamos una falta de voluntad firme para apetecer el bien común y ordenarla hacia lo más alto evitando los vicios que intentan disuadirla de lo correcto, hundirla en la mezquindad de la comodidad.
Tenemos, por ejemplo, algunos empresarios muy inteligentes para lucrar pero con poca voluntad para ofrecer productos y servicios en verdad de alta calidad y con la finalidad de satisfacer necesidades reales de la población; muchos jóvenes con una inteligencia crítica impresionante, y una pobre voluntad de solidaridad real en la acción para cambiar el estado de las cosas; casi sin excepción, los políticos y gobernantes muestran una inteligencia deslumbrante para acceder y mantenerse en el poder, en cambio su voluntad de procurar el bien común, no existe.
El peligro de la frialdad de la inteligencia debe combatirse con la calidez de la voluntad; es la lucha del egoísmo contra el bien común. No deben competir entre sí, sino aliarse para que de esa unión surjan dos atributos tan necesarios como escasos, que sólo el alma de un puñado de hombres encarna: sabiduría y grandeza.

- Salvador Leaños -


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