Dicen que el amor y el dinero no pueden ocultarse. Ambos son buenos si el amor es puro y el dinero bien habido, pero hay características que tampoco hacen posible esconderlas y no son positivas, por ejemplo: la ignorancia y la soberbia; una se plasma en nuestros silencios y la otra en nuestras palabras.
Ciudad de México a 1 de agosto de 2024
Estimada comunidad IEE:
Dicen que el amor y el dinero no pueden ocultarse. Ambos son buenos si el amor es puro y el dinero bien habido, pero hay características que tampoco hacen posible esconderlas y no son positivas, por ejemplo: la ignorancia y la soberbia; una se plasma en nuestros silencios y la otra en nuestras palabras.
Pongamos por ejemplo en este tiempo veraniego a los viajeros a Europa o Asia -lugares que en cada metro cuadrado tienen vestigios humanos- que se integran en tours por lugares de interés, en los que guías y anfitriones hacen preguntas para interactuar, pero nuestros turistas quedan en silencio bajo el cielo estival. Y no los cuestionan por los artistas más destacados del quattrocento italiano, o sobre los significados arquitectónicos del románico y el gótico; menos aun sobre la charla entre San Francisco de Asís y el sultán musulmán Malik al Kamil en Egipto durante la Quinta Cruzada, o por los últimos hallazgos en Göbekli Tepe; son preguntas tan sencillas que respondería cualquier persona que aprobó el bachillerato con medianía.
Y son los mismos que callan ante saberes básicos sin remordimiento ni vergüenza alguna, los que en su charla de sobremesa saben todo sobre deportes con motivo de los Juegos Olímpicos sin darse cuenta de que sólo repiten lo dicho en transmisiones o en redes sociales; adicionalmente están seguros de saber sobre política, religión y futbol. Tienen explicaciones para lo que no entienden y una mejor forma de hacer lo que nunca han hecho, se consideran por encima de la media; callan cuando deberían hablar y viceversa porque renuncian a pensar frente a la realidad y se conforman con repetir lo que otros dicen o comparten en redes. Hay quien acepta la recomendación de buenos vinos, pero de quien consume alcohol barato.
Ya Platón en su Mito de la Caverna señala la necedad de quedarse en la ignorancia a pesar de que te enseñen la ruta al conocimiento. No dudamos que sepan de algún tema, pero ignoran de todos los demás. Si un poco de humildad les permitiera, en lugar de mostrar la arrogancia de quien tiene más respuestas que preguntas, emplear esa lógica contundente que presumen, intuirían que la armonía de los saberes es la clave del buen vivir, que no debe ser tan difícil si pensamos que miles de millones de personas ya han vivido antes que nosotros. Preocuparnos por saber qué hicieron, por qué y para qué, nos aclara la problemática de hoy: ‘El destino se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás’, dijo Kierkegaard.
Y si alguno argumenta ser un especialista académico en alguna disciplina, le recordamos que encerrarse en una especialidad determinada no es fecundo, ninguna ciencia se basta sola, una cultura parcial es siempre indigente y precaria. Si se pretende adquirir un espíritu verdaderamente esforzado, hay que acercarse con humildad al conocimiento y a la cultura, las virtudes todas tienen por base la exclusión del orgullo, que es el padre de todas los errores y las creaciones ficticias; los más grandes espíritus con humildad se han mostrado siempre en mayor o menor grado universales y claros en la selección de lo que debe estudiarse y de lo que no.
Mucho más esfuerzo necesitan aquellos que tienen la desgracia de ignorar que ignoran, pues son ajenos a su propia realidad. El reconocer que no sabemos es un buen inicio: antes que actuar como sabihondos ensoberbecidos, pero ignorantes de lo esencial, o como hábiles mercaderes de conocimientos, pretendamos aspirar a la sabiduría, aquella que sirve para convivir mejor, para resistir en la desgracia y tener mesura en el triunfo, para saber cómo reparar el mundo cuando los pedantes lo acaben de conquistar, y, en fin, para envejecer y aceptar la muerte con grandeza.
Si logramos entender que no es la dosis sino la armonía del saber; pensar y no repetir lo que otros dicen, y que ese privilegio sólo se justifica cuando se convierte en servicio para todos, demostraremos el valor del alma en la riqueza de lo que no decimos, y dejando siempre a los demás la palabra que engendra.