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Comunicado del Rector

Diciembre, 2023

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Los pitagóricos parecen ser los primeros que descubrieron la esfericidad de la tierra, luego Aristóteles apoyó el planteamiento. Eratóstenes, ya en Alejandría, armado del Teorema de Pitágoras y de una vara, se atrevió a medir el diámetro terrestre estimándolo en 19,811 millas náuticas, valor equivalente a 39,750 kilómetros contra los 40,075 que mide según hoy sabemos; muy acertado este asombroso director de la biblioteca alejandrina, el mayor centro de investigación del mundo en ese momento.

 
Ciudad de México a 1 de diciembre del 2023

Estimada comunidad IEE:

Los pitagóricos parecen ser los primeros que descubrieron la esfericidad de la tierra, luego Aristóteles apoyó el planteamiento. Eratóstenes, ya en Alejandría, armado del Teorema de Pitágoras y de una vara, se atrevió a medir el diámetro terrestre estimándolo en 19,811 millas náuticas, valor equivalente a 39,750 kilómetros contra los 40,075 que mide según hoy sabemos; muy acertado este asombroso director de la biblioteca alejandrina, el mayor centro de investigación del mundo en ese momento.
Pero sucede que una persona equivocada desautoriza al que tiene razón y Ptolomeo, 150 años después (pero todavía antes de la Era Cristiana), redujo el tamaño a 15,308 millas náuticas. En uno de los primeros mapas del mundo, Pierre D’Ailly le creyó más a Ptolomeo que a Eratóstenes, así que Asia quedó donde se encuentra nuestro México, se redujo el Océano Atlántico y Cristóbal Colón tomó esos datos como base, por eso murió pensando que había alcanzado las costas de Cipango. El error se llama Océano Pacífico, cuya extensión se subestimó.
Fue Fernando de Magallanes, muerto en la travesía, y Juan Sebastián Elcano quienes con pena y sufrimiento hubieron de comprobarlo empíricamente, regresó Elcano a Sanlúcar de Barrameda luego de dar la primera vuelta al mundo; 98 días sin escala fue la consecuencia de ese error que asombró a los intelectuales e investigadores de entonces, quienes poca atención pusieron a otro tema que era por demás relevante: había diferentes horarios alrededor del mundo por el recorrido del sol. Al dar la vuelta, se perdía un día en redondo.
Luego de sincronizar relojes con el Le Roy fijo, hubo de poner en calma a fray Miguel de Arellano y al Padre La Fuente, quienes se embarcaron en expedición posterior, porque se negaban en absoluto a perder un día; no era tanto por temas científicos ni operativos sino por el trastorno que se producía en el santoral (alguien se quedaría sin santo), la celebración de fiestas patronales, oraciones, vísperas, preces…
Hoy nos parece ilógico que no atendieran la modificación del tiempo, porque vivimos pendientes de él, los días de la semana no nos alcanzan para todos los quehaceres que llenan hasta desbordar las 24 horas de las que disponemos. Los tiempos muertos nos hacen sentir culpables y los descansos parecen un pecado grave. Alguien dirá que así son los tiempos modernos, a lo que contestaríamos que sin importar la época cada uno decide si maneja su tiempo o si el tiempo lo atormenta a él. La pregunta sería: ¿en verdad estamos tan ocupados, o más bien nos buscamos quehaceres para evadir el plantearnos cuestiones de mayor profundidad?
Los romanos dividían el día en doce horas denominadas: prima, secunda, tertia, quarta, quinta, sexta, séptima, octava, nona, décima, undécima y duodécima. La sexta era al mediodía que se aprovechaba para tener un descanso y dormir un poco: por eso la llamamos siesta. Bastaba tener una referencia de los momentos principales de día, es decir, el amanecer, el mediodía y el atardecer, observando la posición del sol. Existían relojes de sol y algunos de agua para días nublados, pero eran escasos porque medir el tiempo con precisión no fue algo que quitara el sueño. Importaba el tiempo de la vida y su sentido, no tanto el tiempo del día a día que hoy nos agobia.
La lógica de la ocupación cotidiana nos quita la lógica de nuestras vidas: somos tiempo, desde que nos engendraron hasta que muramos, el tiempo define con precisión en lugar en el que nos hallamos, condiciona nuestra existencia y hasta nuestro último acto, la duración de las civilizaciones, el poder de los gobernantes, la belleza de las mujeres, las capacidades físicas de todos y el devenir de nuestras vidas. Vale la pena invertir un par de días sin actividades para una reflexión profunda de fin de año: ¿cuál es mi misión de vida? ¿únicamente vivir para trabajar? ¿qué quedara de mí cuando ya no esté físicamente? Es un buen objetivo para el año que iniciará; tener el tiempo para ti, no vivir tú sujeto al tiempo.

- Salvador Leaños -


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