Entre grandes personajes de la historia existen parentescos intelectuales que sorprenden. Sin importar que medien entre ellos siglos, sus panorámicas son tan similares que, aun dedicándose a diferentes disciplinas, llegan a lugares comunes, a teorías que son vigentes siempre. Pongamos por ejemplo a dos de los filósofos más importantes de la Grecia Clásica, Platón y Aristóteles, comparados con los dos artistas icónicos del Renacimiento: Miguel Ángel y Leonardo.
Irapuato, Gto. a 2 de diciembre de 2024
Estimada comunidad IEE:
Entre grandes personajes de la historia existen parentescos intelectuales que sorprenden. Sin importar que medien entre ellos siglos, sus panorámicas son tan similares que, aun dedicándose a diferentes disciplinas, llegan a lugares comunes, a teorías que son vigentes siempre. Pongamos por ejemplo a dos de los filósofos más importantes de la Grecia Clásica, Platón y Aristóteles, comparados con los dos artistas icónicos del Renacimiento: Miguel Ángel y Leonardo.
Sobre los primeros diremos que Platón fue maestro de Aristóteles, pero no compartían todos los postulados, ejemplifiquemos con uno; Platón hablaba de las ‘ideas puras’, la perfección que somos capaces de intuir y que estaríamos obligados a seguir, de allí que se denomine a su teoría como ‘idealismo’. Aristóteles, en cambio, se ocupó de escudriñar la realidad y explicarla, para él hacer ciencia era ‘conocer las cosas por sus causas’. La diferencia es clara: uno habla del deber ser, de la perfección, de lo óptimo; el otro de lo que es, de lo real, de lo actual.
Y aunque los artistas renacentistas no fueron del todo filósofos, plasmaron las ideas de sus antecesores griegos de quienes distan casi 2 mil años en el devenir de la Historia. Miguel Ángel fue un ‘platónico’ que busco reflejar en su arte mujeres y hombres perfectos, escenarios ideales, cuadros tan impecables como imposibles, mientras Leonardo pensaba que el mejor arte era el que reflejaba de manera fidedigna la naturaleza a la que buscaba representar, sin modificarla ni siquiera en afán de hacerla más grata a la vista.
Y si desde ellos brincamos unos siglos adelante y llegamos hasta nuestros días, nos damos cuenta que idealismo y realismo siguen tan jóvenes como en aquellas épocas. Nos dicen los historiadores que Miguel Ángel y Leonardo se tuvieron gran animadversión por el ego que padecen algunos grandes artistas, y quizá por sus diferentes visiones del arte y por ende de la vida. Hoy las dos posturas chocan y provocan que unos vean a los otros con cierto desprecio; los pragmáticos del realismo acusarán de pérdida de tiempo a los idealistas, mientras éstos dirán que aquéllos renuncian a imaginar las grandezas que el alma humana permite.
El pragmático tendrá siempre el peligro de adaptarse aún a lo abyecto, rechazando cualquier modelo ‘idealizado’ por ser inexistente en el mundo tangible; los principios, las convicciones ceden ante lo útil y se renuncia a la lucha por mejorar. El idealista puede, en el extremo, desentenderse de la realidad para vivir en ensueños quijotescos sobre cómo deberían ser las cosas y tratando de encontrar los modelos de perfección que sean una brújula, pero olvidando que también tenemos una vida que vivir, problemas que resolver, y hasta un cuerpo que atender siquiera en lo básico.
‘A Dios rogando y con el mazo dando’, dice un refrán que sintetiza el asunto. Sentido de vida claro y actuar en consecuencia es el secreto, porque somos alma y cuerpo, y ambas tienen sus necesidades. Un equilibrio platónico-aristotélico es adecuado: no caer en el pragmatismo que acorte las miras hacia lo trascendente, pero tampoco en la excesiva idealización que aísla del mundo. Tener rumbo para cambiar lo posible; no mimetizarse con lo decadente ni despegar los pies de suelo.
Se trata de ser profundamente conscientes de los problemas de nuestro tiempo y de los deberes respecto a ellos con los ojos puestos en el deber ser. Tomar partido exclusivamente, sea por idealismo o sea por pragmatismo, aleja del compuesto complejo que somos; trabajo fecundo y útil para realizar los ideales, sin lo que la vida es penuria o hartura, pero siempre miseria. La armonía es la clave: obra idealista y gestión práctica; volar pero edificar; excursionar en las estrellas y caminar, al mismo tiempo, en la cantera. No está de más tenerlo en cuenta en el balance de cierre de año y de cara a planear el que en breve estaremos iniciando, que deseamos se funde en la realidad para encaminarse a la versión óptima de cada uno de nosotros.