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Comunicado del Rector

Febrero, 2022

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Basta con dar un vistazo a nuestro alrededor y hacer el más sencillo ejercicio de abstracción para darnos cuenta que el mundo en que vivimos parece disparatado y absurdo, pues dentro de él caben los más distantes extremos en una armonía que si no la viéramos nos parecería inconcebible.

 

Estimada comunidad IEE:

Basta con dar un vistazo a nuestro alrededor y hacer el más sencillo ejercicio de abstracción para darnos cuenta que el mundo en que vivimos parece disparatado y absurdo, pues dentro de él caben los más distantes extremos en una armonía que si no la viéramos nos parecería inconcebible.

Tenemos un planeta con fuego en las entrañas y océanos en la superficie; montañas de nieve y arenales encendidos; cielos serenos, calmados y días de vientos huracanados. Quienes lo habitamos, hemos podido constatar que en el mismo día somos partícipes y testigos del bien y del mal, del dolor y la alegría, de la fealdad y la hermosura, de la abnegación y el egoísmo, de la grandeza y la pequeñez humanas, de la vida y la muerte.

Nuestra humanidad no queda exenta, pues es frágil pero presuntuosa, con aspiraciones de Dios y flaquezas de barro; con capacidades para lo prodigioso y también para lo vulgar. Y en este mundo complicado nos movemos entre un pragmatismo utilitario que pone a la razón como centro de las acciones del hombre y un romanticismo sentimental que intenta dominar todo en detrimento de la razón, imponer la vida afectiva a la intelectiva.

La pugna entre ambas existe desde siempre. El pragmático utilitario se cuestiona ¿para qué sirven determinados instrumentos?, ¿cómo se mide el éxito?, ¿cuál será la ganancia pecuniaria de mis afanes?, ¿cómo puedo acceder a una vida placentera y sin sufrimiento? El romántico, en cambio, se pregunta ¿cómo alcanzar lo sublime en mi pensar, actuar y ser?, ¿cuáles son las fuentes de la vida y de lo inconmensurable?, ¿cómo hilvanar recuerdos y esperanzas?, ¿desde dónde trae el viento sus perfumes y murmullos?, ¿dormirán las flores?, de ser así, ¿en qué sueñan?

Es pues la lucha entre la cabeza y el corazón. Los primeros buscarán la elocuencia y el uso correcto del lenguaje para conectarse con los otros; los segundos entenderán que el alma puede hablar con los ojos y besar con la mirada. Unos saben mucho y los otros sienten mucho; unos no pueden soñar y los otros no quieren despertar.

El problema es que se desprecian mutuamente porque consideran que unos buscan el éxito y otros la felicidad sin pensar que puedan ser compatibles. Olvidan que nuestro ser tan paradójico necesita justo de ambos para alcanzar la armonía en los equilibrios. Nos hemos formado en la lucha con lo exterior y hay que discernir sobre lo que está afuera, pero también es indispensable mirar dentro de nosotros sin que se nos nuble la vista y padezcamos vértigo.

Cuando logramos ambas cosas, de a poco el arte, la ciencia, la fe religiosa, la norma jurídica, se desprenden del sujeto y adquieren vida propia, valor independiente, prestigio, autoridad; las vidas que lo crearon se inclinan ante la creación como las flores ante su propio aroma y se ponen a su servicio: la cultura se ha objetivado contraponiéndose a la subjetividad que la creó.

Vale la pena en el mes del romanticismo recordar que la cultura sólo pervive mientras reciba flujo vital de los sujetos, si el utilitarismo la interrumpe, la cultura se aleja y se seca. Se trata pues de que, dentro de las paradojas del mundo, no olvidemos que poner nuestro corazón en vivir, es lo más racional que podemos hacer.

- Salvador Leaños -


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