‘Lo que no puede ser medido no puede ser mejorado’, afirman varios de los financieros, economistas, expertos en mercados, estadísticas y demás profesionistas que aprecian su labor exclusivamente contra resultados numéricos, a los que han convertido en amos exigentes y despiadados. Esta numerolatría proviene de la visión de la ciencia moderna a partir de Descartes, quien rompió con la tradición científica anterior para inaugurar una en la que lo real sólo adquiere esa categoría si puede medirse física o matemáticamente: ‘sólo son objetos de conocimiento científico los que se encuentran en el número y la medida’.
Ciudad de México a 1 de febrero de 2024
Estimada comunidad IEE:
‘Lo que no puede ser medido no puede ser mejorado’, afirman varios de los financieros, economistas, expertos en mercados, estadísticas y demás profesionistas que aprecian su labor exclusivamente contra resultados numéricos, a los que han convertido en amos exigentes y despiadados. Esta numerolatría proviene de la visión de la ciencia moderna a partir de Descartes, quien rompió con la tradición científica anterior para inaugurar una en la que lo real sólo adquiere esa categoría si puede medirse física o matemáticamente: ‘sólo son objetos de conocimiento científico los que se encuentran en el número y la medida’.
Para Aristóteles y la escuela antigua, los objetos se conocen por su finalidad, para los modernos por su causa y su mecánica: el mundo ya no es un organismo sino un conjunto de cuerpos y movimientos. Así tenemos a Espinosa desarrollando una ética a modo de los geómetras para mayor solidez y, claro, medición; surge la geometría analítica, la física matemática y el cálculo infinitesimal entre otras ciencias que nos ayudan en esa pretendida representación exacta de la realidad.
Sin embargo, sin ser unos científicos consumados, sino más bien dentro del saber popular, como mexicanos no somos muy dados -dicho sin juicio de valor- a expresarnos con esa exactitud matemática, y sin embargo nos entendemos sin equívocos. Si alguien nos dice que la cena supo ‘a madres’ y que sintió ‘ñañaras’ en una fiesta ‘bien piñata’, sabemos de lo que habla, de la misma manera que lo hacemos con quien nos platica que está ‘dos, tres’, porque se salvó ‘por un pelo’ de morir y todo por no comer ‘como Dios manda’, pero que le ‘está echando muchas ganas’.
Se puede objetar, y con razón, que esas expresiones no son puntuales ni mesurables (¿cómo se miden las ‘ñañaras’?, por ejemplo), pero asimismo se contesta: ¿es necesario que lo sean?, y más aún, ¿es eso posible? La ruptura con la visión antigua no significa que haya sido superada, sólo quiso hacérsela a un lado, sustituirla por otro modelo no necesariamente mejor. No afirmamos que un libro es un formato de 15 x 30 centímetros, con un peso de 235 gramos y 420 páginas, por ejemplo. Tampoco el número de Pantone del color de la portada y los centímetros de grosor. Un
libro no es la suma de esas propiedades, sino algo que las posee. Cuando nos preguntan por una obra bibliográfica, no contestamos con datos físicos, sino con lo que nos hizo sentir, pensar, imaginar, intuir. En suma, no podemos calcular sensaciones con exactitud objetiva, y más vale que entendamos que hay cosas que caen en el supuesto de la medida y el número, pero hay muchas otras que no, como lo atestigua la abismal diferencia entre precio y valor, de la misma manera que para casi todo hay palabras que nos permiten una expresión precisa, sin embargo, también
tenemos lo inefable, lo que no se puede explicar con palabras.
Es absurdo, como lo hace parte de la escuela científica moderna, negarle existencia a lo no medible. Si profundizamos un poco concluiremos que, así como la luz modela sin intención a las sombras de la misma manera que las palabras a lo inefable, la arquitectura lo hace con el espacio vacío y el movimiento con el tiempo. Pero lo más importante, iniciando este mes de festejo de sentimientos nobles, es reconocer que el amor modela nuestras mezquindades. En el caso de la luz, de las palabras y del espacio, se construyen formas, impera el orden y se llama arte; en el caso del amor no es sólo forma sino cantidad: su aumento disminuye nuestras penas. Y como es inconmensurable, no podemos pedir cantidades con rigor matemático, así que sólo nos queda, dejando de lado cientificismos soberbios y atendiendo a nuestro saber popular que sabe dar valores cuasi exactos sin cifras, desear que tengamos siempre un ‘madral’ de amor en nuestras vidas en todas sus modalidades; eso se llama felicidad.