A Don Miguel de Unamuno lo recordamos como un brillante intelectual y
filósofo que ocupó la rectoría de la mítica Universidad de Salamanca, vivió la
mitad de su vida en el siglo XIX y la otra mitad en el XX, aunque pocos
imaginamos que no fue ese personaje consolidado desde que nació, sino que
fue haciéndose con el vivir a través incluso de algunos fracasos muy sonados.
Quiere ocupar la cátedra de filosofía en varias ocasiones y no lo consigue;
cuando el presidente de un tribunal de oposiciones, para justificar haber elegido
a un hombre evidentemente inferior, incomparable con él, dice que es porque
aquel tiene ocho hijos, Unamuno responde: “Y yo quiero tenerlos”.Con esta contundente frase, deja claro que somos lo que somos, pero
también lo que podemos ser, que la posibilidad es parte de nuestra realidad. La
vida humana no solo consiste en lo que hacemos, sino en lo que no hacemos
pero podríamos hacer, o queremos hacer, o empezamos a hacer y luego
dejamos. Nos planteamos la pregunta de Ausonio que repite luego Descartes:
¿Qué camino de vida seguiré?
Estimada comunidad IEE:
A Don Miguel de Unamuno lo recordamos como un brillante intelectual y filósofo que ocupó la rectoría de la mítica Universidad de Salamanca, vivió la mitad de su vida en el siglo XIX y la otra mitad en el XX, aunque pocos imaginamos que no fue ese personaje consolidado desde que nació, sino que fue haciéndose con el vivir a través incluso de algunos fracasos muy sonados. Quiere ocupar la cátedra de filosofía en varias ocasiones y no lo consigue; cuando el presidente de un tribunal de oposiciones, para justificar haber elegido a un hombre evidentemente inferior, incomparable con él, dice que es porque aquel tiene ocho hijos, Unamuno responde: “Y yo quiero tenerlos”.
Con esta contundente frase, deja claro que somos lo que somos, pero también lo que podemos ser, que la posibilidad es parte de nuestra realidad. La vida humana no solo consiste en lo que hacemos, sino en lo que no hacemos pero podríamos hacer, o queremos hacer, o empezamos a hacer y luego dejamos. Nos planteamos la pregunta de Ausonio que repite luego Descartes: ¿Qué camino de vida seguiré?
Regularmente pensamos que vivir es un camino único que recorre del punto A al B de forma directa y en línea recta. Más eso no es exacto. Vamos hacia arriba, luego hacia la izquierda pero rectificamos y regresamos al centro y seguimos ascendiendo, luego a la derecha con su consabido regreso y así sucesivamente hasta formar más bien un árbol con diferentes trayectorias de desiguales longitudes y duraciones que semejan ramas y nos han llevado a lo más elevado que podemos alcanzar hasta este momento.
Es importante aclarar algo: no se toma cualquier trayectoria. Esa sería la diferencia clara entre los tipos medievales del aventurero y el caballero andante. El que sale en busca de aventuras depende de lo que le surge, con quién se topa; su vida carece de coherencia y transcurre al azar de sus encuentros. El caballero andante en cambio no toma cualquier aventura, sino sólo aquellas que dan significado a su papel social y encajan en su pretensión humana; es un haz de trayectorias distintas con un tronco común que es la vocación y el sentido de vida.
Cuando nacemos nuestros padres nos escogen un nombre propio que en principio no significa nada, le vamos dando significado mediante los trayectos que recorremos desde el nacimiento hasta la muerte. No es extraño que cuando alguien inicia una etapa vital distinta tome otro nombre, como ocurre cuando una persona se hace religiosa, sea monja o fraile; se trata de ser otro siendo el mismo. Vocación significa llamado, una voz que nos marca destino y que libremente aceptamos para, a través de él, dar sentido a nuestra vida y lustre a nuestro nombre. Miguel de Unamuno no significó lo mismo niño que al final de su existencia.
Si la vida es ese árbol de trayectorias que nos han atraído, que hemos elegido, y este mes inicia la primavera en la que florece todo, lo arbóreo incluido, es buen momento para revisar nuestra posición, recalcular fin de vida, redescubrir vocaciones propias. Se trata de confeccionar un destino retador y aceptarlo libremente; en eso consiste la plenitud, el verdadero amor a vivir, indispensable para transformarnos y aspirar después a convertir nuestro mundo en un lugar siempre en flor.
Salvador Leaños