El capítulo XXI de El Principito, Saint Exupéry nos narra el proceso de domesticación entre el niño de cabellos dorados y un zorro, quien le cuenta que su vida es monótona y por eso se aburre, pero si establecen un vínculo cada que él venga a buscarlo iniciará un rito: “si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres empezaré a estar feliz”, le dice.
Esta sencilla conversación pone sobre la mesa un tema de la mayor trascendencia: la ilusión. Las niñas y niños que recién festejamos antier, suelen aburrirse porque desde edades muy tempranas, casi desde el nacimiento, tienen vagos proyectos que no pueden realizar por falta de recursos. El carácter futurizo que no existe en los animales llena la realidad entera del niño; todo está por venir, desde la expectativa de crecer hasta la llegada del Niño Dios y los Reyes Magos con algún regalo. Para el animal hay un medio ambiente al cual reacciona siempre de la misma manera; el hombre, en cambio, enfrenta el carácter emergente de una realidad en la que los ingredientes van apareciendo en escena durante la vida.
CDMX a 2 de mayo de 2022
Estimada comunidad IEE:
El capítulo XXI de El Principito, Saint Exupéry nos narra el proceso de domesticación entre el niño de cabellos dorados y un zorro, quien le cuenta que su vida es monótona y por eso se aburre, pero si establecen un vínculo cada que él venga a buscarlo iniciará un rito: “si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres empezaré a estar feliz”, le dice.
Esta sencilla conversación pone sobre la mesa un tema de la mayor trascendencia: la ilusión. Las niñas y niños que recién festejamos antier, suelen aburrirse porque desde edades muy tempranas, casi desde el nacimiento, tienen vagos proyectos que no pueden realizar por falta de recursos. El carácter futurizo que no existe en los animales llena la realidad entera del niño; todo está por venir, desde la expectativa de crecer hasta la llegada del Niño Dios y los Reyes Magos con algún regalo. Para el animal hay un medio ambiente al cual reacciona siempre de la misma manera; el hombre, en cambio, enfrenta el carácter emergente de una realidad en la que los ingredientes van apareciendo en escena durante la vida.
Sin embargo la palabra tiene doble significación; lo mismo decimos que las quinceañeras llegan a la edad de las ilusiones como una etapa de ensueño, que tachamos peyorativamente a un ingenuo de ser ‘un pobre iluso’. Ello se debe a que en su origen, illusio significó engaño: ilusorio es lo que es capaz de engañar. Andando los años aparece un sentido positivo, valioso, que alcanza la más alta estimación. Hacer las cosas con ilusión es mejor que hacerse ilusiones; algo ilusionante supera a lo ilusorio; estar ilusionado nos conviene más que ser un iluso.
La pugna tiene dos perspectivas claras: los que afirman que la ilusión es un concepto sugerido por la imaginación sin realidad alguna, perderlas -las ilusiones- es salir del error y alcanzar la verdad como resultado de la ciencia. En contraparte están quienes dicen que la ilusión es un deseo pero con argumento, y que gracias a ellas al hombre no sólo lo estudia la biología, sino que construye biografía gracias a la condición proyectiva. Vale la pena recordar esto hoy que tantas doctrinas reducen a la persona a simples ‘datos’.
La realidad depende de la actitud, es decir de la forma en que el ser humano se proyecte y la interprete. El fracaso de las ilusiones, su atenuación en el adulto o en el viejo, no procede tanto de las desilusiones como de la disminución de la visión de futuro: ya no hay nada nuevo. La ilusión abre la posibilidad de la felicidad, el sentirla por una persona, un lugar, un proyecto, es abrir la magia de lo posible y darnos una expectativa que funciona como combustible para elevar nuestras pretensiones humanas.
Todos tenemos ilusión por nuestros proyectos sin importar si son lejanos, aunque dudemos si lograremos realizarlos. Son el motor que impulsa, a veces durante largos años, descubrimientos, obras, edificios, música, libros, teorías. Lo que se reduce a lo presente, dado, poseído, es ajeno a la ilusión.
Es imposible entender una vida humana si no se conocen sus ilusiones. Luego de haber experimentado unas muy intensas así como devastadoras desilusiones, no podemos negar que es la dimensión esencial del ser humano, su condición amorosa, su inseguridad, su dramatismo, pero también la condición para que la vida, sin más restricción, valga la pena de ser vivida.
Salvador Leaños