Mamá murió cinco días antes de su cumpleaños 75. Mosco, mi gran amigo y hermano, no alcanzó a cumplir los 50 años; ambos partieron del mundo en la víspera del Día de Muertos. Son las personas más cercanas que he perdido y, por ello, quienes han causado mayor dolor a mi corazón. Más allá del merecimiento o del sufrimiento, las inexorables leyes de la naturaleza se cumplen invariablemente.
Ciudad de México a 1 de noviembre del 2023
Estimada comunidad IEE:
Mamá murió cinco días antes de su cumpleaños 75. Mosco, mi gran amigo y hermano, no alcanzó a cumplir los 50 años; ambos partieron del mundo en la víspera del Día de Muertos. Son las personas más cercanas que he perdido y, por ello, quienes han causado mayor dolor a mi corazón. Más allá del merecimiento o del sufrimiento, las inexorables leyes de la naturaleza se cumplen invariablemente.
Los sentimientos no siempre son comparables, aunque los nombremos igual: no es lo mismo el miedo a un león suelto que el que causa un espectro, de la misma forma que no se experimenta igual un dolor de muelas que el perder seres amados. En el segundo caso no se lastima nuestra integridad física, sino que aborda de lleno el misterio, lo inabarcable.
Cuando llega el momento de sufrir el dolor, ayuda más un poco de valor que un conocimiento abundante; y el amor de Dios con todo y su esperanza, más que ninguna otra cosa. Algunos pensadores que sólo han cultivado el conocimiento como Epicuro, Lucrecio, Schopenhauer, aconsejan suprimir la fuente de la dolencia; si amar te producirá tormento más adelante, mejor abstenerse, esa en la insensata consigna que propone suprimir el sufrimiento aniquilando al mismo ser humano, transformándolo no sólo en egoísta, sino también en cobarde; amar es un acto de valentía.
Sabemos que después de comer volveremos a tener hambre y luego de recuperar la salud volveremos a enfermarnos, son cosas de nuestra naturaleza y contingencia. Si el dolor es el precio que debemos pagar por amar, es una ganga que adicionalmente lleva incluida la lucha por nuestra mejor forma de ser.
Amor no es la condescendencia que ignora los defectos del objeto amado sino que busca la transformación de dicho objeto en su mejor versión posible; trata de convertirlo, justamente, en digno de ser amado. La condescendencia pasa por alto, el amor se compromete; una demuestra poco interés y el otro pone en el centro de sus afanes. Queda claro que estamos en la época de la comodidad y que todos queremos derechos sin obligaciones, triunfo sin esfuerzo, sabiduría sin estudio, lo que, por cierto, nunca ocurrirá. Amor sin dolor es una utopía, pero sin duda las penas se hacen nada cuando el amor logra la transformación de la persona.
Mi amada madre logró en sus hijos el sueño de la movilidad; fuimos los primeros de una extensísima familia en terminar estudios profesionales, nos inculcó la honorabilidad como premisa y el respeto como medio de relación social; nos llevó fácil y directamente a apreciar y admirar la grandeza, la belleza, la bondad. Con Mosco descubrí buena parte del mundo, juntos aprendimos a ver las cosas con realismo y viabilidad, también con ambición y hambre de crecer, de emular a los mejores, pero desarrollar lo propio; le tomamos gusto al estudio y al trabajo como medio legítimo de progreso. Cada uno en su profundidad, amplitud y desde su trinchera, aportaron decisivamente en lo que me convertí; por eso no se han ido, están presentes en mí.
Hoy tengo en mis afectos tanta gente, familiares y amigos, quienes compartimos la aspiración de amor, de belleza, de verdad, de bondad. No sabemos quién sea el próximo en partir, desgarrando de nuevo el corazón. Lo que sabemos es que los que quedemos seguiremos festejando el amor y no la pena el Día de Muertos, su presencia más que su ausencia, su legado y vida más que la tristeza de perderlos.
Cronológicamente nuestro camino terminará y algún día nos será imposible llegar a ciertas fechas del calendario, pero si alcanzamos la meta de amar sin cobardía, accederemos al infinito del recuerdo, a la eternidad del presente, a la trascendencia de lo mejor. No conozco de cierto la aportación de mis dos personajes al mundo, pero tengo clarísimo el maravilloso mundo que a mí me ayudaron a construir, en el que vivo y trato de ser mejor, y que vale la terrible pena de enfrentar su muerte, que se hace mínima ante el insoportable dolor de que no hubieran existido.