Una de las múltiples aportaciones de la Grecia clásica al mundo occidental fue la transición del mito al logos: dejamos de creer que el sol es un dios que recorre de manera cotidiana el firmamento o que el Monte Atlas es un titán que sostiene al mundo; fue el ocaso de las religiones naturalistas y el surgimiento de la filosofía y la ciencia. El sol es, pues, un astro incandescente que recorre una órbita prestablecida y nadie carga al globo terráqueo. Se buscaron explicaciones racionales con argumentos que pretenden validez universal y necesaria.
CDMX a 3 de Octubre de 2022
Estimada comunidad IEE:
Una de las múltiples aportaciones de la Grecia clásica al mundo occidental fue la transición del mito al logos: dejamos de creer que el sol es un dios que recorre de manera cotidiana el firmamento o que el Monte Atlas es un titán que sostiene al mundo; fue el ocaso de las religiones naturalistas y el surgimiento de la filosofía y la ciencia. El sol es, pues, un astro incandescente que recorre una órbita prestablecida y nadie carga al globo terráqueo. Se buscaron explicaciones racionales con argumentos que pretenden validez universal y necesaria.
Terminaron aquellas narraciones fantásticas, apasionantes, sobre el origen del mundo y sus fenómenos: la enfermedad dejó de explicarse como un castigo divino para convertirse en un desajuste de sustancias o humores del cuerpo, de allí que la dieta, la gimnasia y la higiene fueron las armas de los médicos en lugar de los conjuros, ritos y sacrificios de los curanderos.
La razón, instrumento por excelencia de la humanidad a partir de entonces, fue elevada hasta considerarse el único medio para la adquisición de conocimiento considerando desautorizada cualquier otra fuente. El momento cumbre de la pugna se da cuando Voltaire decreta la muerte de Dios porque no se le podía explicar racionalmente y entroniza a la Razón como nueva deidad suprema, con altar en Notre Dame y toda la cosa.
La pugna ha existido siempre: el Libro de Job del Antiguo Testamento nos narra la historia de un hombre piadoso y paciente que Dios presume como su modelo de fidelidad, para probarlo le permite al Maligno -quien sostiene que su devoción obedece a sus abundancias- que lo tiente para que reniegue de su fe; así Job va perdiendo sus cosechas, familiares, ganado y demás bienes. Cada que pierde algo se limita, con inmensa paciencia, a decir: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea Dios”; es la postura de la aceptación y resignación. En contraparte está el coro de Antígona, obra del gran Sófocles, en la que se exalta la grandeza del hombre y su raciocinio que le ha permitido dominar los mares, curar las enfermedades, hacer producir los montes y muchos logros más.
Los extremos siempre son malos; quienes confiaron ciegamente en la razón tacharon de irracional la mitología prefilosófica, pero los mitos tenían un alto sentido del orden, la proporción y la coherencia; la racionalidad, entrelazada con el mito, jugó un papel muy importante. Claro que sería necio negarle a la racionalidad humana gran parte del progreso de la civilización, de la ciencia, de la tecnología y demás aportaciones que han transformado nuestra vida para bien, pero es igualmente necio ignorar las limitaciones de la propia razón y de lo humano en general.
Luego que por tercera vez nos sacudiera un sismo mayor a 7 grados Richter en la misma fecha (el ya mítico 19 de septiembre) así como otros posteriores, un investigador de la UNAM señaló que con los medios actuales no se puede dar una explicación satisfactoria desde la ciencia, lo único posible es afirmar que las probabilidades de que eso ocurriera son de un 0.000751%. Y sin embargo ocurrió. Este suceso, que movió a todos a buscar explicaciones por vía de la razón sin conseguirlo, se suma a otros: al de la pandemia que recién nos expuso como seres vulnerables, al gran problema del dolor físico y moral, al enorme tema de la vida misma (nadie nació con su consentimiento) y de la muerte que tanto han ocupado al hombre sin encontrar respuestas satisfactorias desde la razón.
Quizá sólo baste aceptar que el que las cosas ocurran no siempre es verosímil, que lo que escapa a la razón no es necesariamente irracional, sino que entra en el campo de lo supra-racional, y que ello excede con mucho al mundo comprensible porque toca lo ilimitado, lo inmóvil, lo esperanzador: el Misterio. No es sólo el conocimiento para la soberbia, sino la sabiduría para la contemplación.