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Comunicado del Rector

Septiembre, 2022

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La violencia e inseguridad que recorren el país desde hace ya tiempo con etapas de mayor intensidad -como la actual-, nos pone en evidente situación de vulnerabilidad y genera la sensación de desconfianza y miedo que se agudiza ante la impunidad de quienes cometen los múltiples actos delincuenciales.

 

 
CDMX a 1 de Septiembrede 2022

Estimada comunidad IEE:

La violencia e inseguridad que recorren el país desde hace ya tiempo con etapas de mayor intensidad -como la actual-, nos pone en evidente situación de vulnerabilidad y genera la sensación de desconfianza y miedo que se agudiza ante la impunidad de quienes cometen los múltiples actos delincuenciales.

¿Cuál es el sentido de que vivamos en comunidad? Es la pregunta necesaria para replantearnos el origen de la sociedad y entender lo que sucede hoy. Si nos remontamos al surgimiento de la polis en la antigua Grecia -cuna de la civilización occidental-, encontramos que Aristóteles en diversos textos señala la fusión de dos ideas centrales: (1) que la ciudad se compone de elementos cualitativamente diferentes que contribuyen, desde su función, al bien común; (2) que el hombre es un animal político -de polis, precisamente- que tiende por naturaleza a la vida en común.

De allí se sigue que la ciudad es un tipo de comunidad único -diferente a la familia- donde el hombre puede realizarse íntegramente y conseguir el fin por todos perseguidos: la felicidad. Dentro de ella es capaz de darle el valor adecuado a su vida y ponerla al servicio de los demás; se logra así la sociedad perfecta como un conjunto de seres humanos que trabajan unidos en actividades diferentes pero enfocadas en el beneficio de todos, por eso se denomina “bien común”.

La teoría política de los siglos XVII y XVIII cambió la idea central: la vida comunitaria existe por razón de utilidad; a los hombres les es útil vivir unos con otros porque así obtienen mayores beneficios materiales. El inglés Hobbes (1588-1679) considera que la sociedad es un mal necesario: “Los hombres no encuentran placer, sino, muy al contrario, un gran sufrimiento, al convivir con otros allí donde no hay un poder superior capaz de atemorizarlos a todos”, es decir que la esencia de la sociedad no es la amistad y la cooperación -como en Aristóteles- sino la lucha por el poder, por eso la necesidad de leyes y de una autoridad coactiva que juzgue y castigue. La frase hobbesiana por excelencia resume su idea: “el hombre es un lobo para el hombre”.

Nunca será lo mismo ver al convivir como algo que debe sufrirse para conseguir beneficios utilitarios que considerarlo una oportunidad necesaria e insustituible para lograr el crecimiento personal y colectivo; difiere sustancialmente una sociedad en la que lo que prevalece es el interés personal de la que valora al encuentro libre con el otro como fuente de desarrollo; no es igual un marco general de convivencia a un proyecto de crecimiento colectivo. Pero nos creímos una idea en perjuicio de la otra.

Esta diferencia se manifiesta en el vivir cotidiano, la sociedad ha dejado de ser nuestra, es decir, ha dejado de ser una posibilidad propia, algo que uno puede hacer para convertirse en algo que le pueden hacer a uno; una posibilidad del otro. Ya no somos proactivos sino reactivos, estamos a la defensiva, porque la visión de la polis creadora ha fracasado pero también la de establecer un marco simple de convivencia; se ha normalizado la falta de castigo para quienes buscan dañar la sociedad y deteriorar la convivencia, las instituciones, la vida cultural y la economía, ante la impotencia y perplejidad de los demás.

Hablamos de respetar y tolerar todo menos la verdad y la justicia. Lo que no se ha visto apenas es que alguien diga con claridad qué debemos hacer para que nuestro país sea habitable e interesante. Las ideas tienen una fuerza inconmensurable, se traducen en opiniones, primero, y luego en acciones, por ello siempre serán la mejor manera de cambiar a las personas. Más allá de la violencia y la inseguridad, preocupa que una sociedad con este nivel de discordia siempre resulta en una invasión del rencor contra quienes buscan la excelencia, único camino viable para una convivencia creadora fundada en las diferencias de los integrantes de la comunidad; se llama concordia y es la armonía entre las personas.

Salvador Leaños

 

- Salvador Leaños -


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