“Los tiempos de la nación no son los mejores, pero por ello debemos exagerar nuestro amor patrio; amar cuando menos se merezca, porque es justo cuando más se necesita. Eso es, verdaderamente, ser patriota”.
Ciudad de México a 2 de septiembre de 2019
Estimada comunidad IEE:
Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) nos dijo que la patria es un contrato social, una especie de partido político o club deportivo al que podemos afiliarnos y desafiliarnos libremente. Es, según él, una elección voluntaria. Al pensar que podemos pertenecer o no a ella, dejó entonces de ser parte indisoluble de nosotros, y quizá allí encontremos el origen de los males nacionales que nos aquejan en la actualidad; en lugar de comprometernos con ella, podemos simplemente abandonarla física y/o moralmente, sólo es necesario rescindir el contrato.
Digamos en principio que hay dos términos que en su diferencia se complementan de manera perfecta: patria y nación. La primera proviene de patres, lo que implica referirnos a algo que nos viene dado, a una herencia; la patria es la tierra de nuestros padres. La segunda se deriva de natus (nacido), de manera que tiene que ver más con nuestros hijos, los herederos.
Cicerón nos dice que patria ‘es el lugar donde se ha nacido’, pero además del vínculo a un territorio determinado, el hombre pertenece a una comunidad de personas, tan irrenunciable como la tierra que pisa; la sociedad concreta en la que cada persona es un miembro vivo y de la que adquiere modalidades psicológicas, costumbres, actitudes comunes, y demás, que lo hacen perfectamente identificable como miembro suyo.
Terruño y sociedad son patria, pero también lo es la cultura, el capital material, así como herencia espiritual, intelectual y moral que nos han dejado nuestros abuelos. Por ello se compara atinadamente a la patria con los padres, pues además de nacer de ella, ha impreso en nosotros (como todo padre) una fisonomía particular. Patria, pues, más allá de la tierra en que nacimos y del conjunto de familias y ciudades que la pueblan, es una asociación que se ha formado bajo la fuerza unificadora de los mismos lazos históricos, culturales, religiosos.
Somos una patria porque compartimos una tradición y una historia común si miramos al pasado, y un destino común, si miramos hacia el futuro. Sólo el hombre como ser racional puede incubar el concepto de patria y sentir ese vínculo; sólo él puede ser patriota. Dostoievsky decía que ‘en la tierra se encierra algo sacramental’. San Agustín nos habló de ‘la congregación de (seres) racionales, asociados por la concorde comunión de cosas que aman’.
No podemos poner en duda nuestra pertenencia a ella ni siquiera cuando está infestada de corrupción, inseguridad, ineficacias y demás males, de quienes piensan que la pueden abandonar cuando quieran. Nadie dañaría lo que ha estado, está y estará consigo siempre. Habrá quien sienta animadversión o hasta repugnancia por las personas que lo trajeron a la vida, pero es imposible que esos seres dejen de ser su madre y su padre. Tal es el caso de la patria en la que se nace.
Por eso nos es difícil aceptar que sea sólo sea un contrato social, pues a la patria no se la elige sino que se le honra. De ella aprendimos ciencia y virtud, trabajo y arte, autoridad y obediencia, leyes y costumbres, aptitudes y tradiciones, empresas e ideales, sacrificios y triunfos, que por dentro nos han brindado la conciencia colectiva de unidad y por fuera, una fisonomía única que nos distingue de toda otra patria.
Y la mejor forma de honrarla no es sólo participar de las ‘fiestas patrias’, sino contribuir de la mejor forma en esa construcción a la que han abonado muchas generaciones antes de nosotros. No es casualidad que vivamos aquí, que naciéramos en este lugar y no en otro, o en esta parte del siglo y no en otra. No estamos arrojados aquí porque sí, sino que en ello encontramos nuestra vocación, nuestra misión, nuestro designio eterno. Los tiempos de la nación no son los mejores, pero por ello debemos exagerar nuestro amor patrio; amar cuando menos se merezca, porque es justo cuando más se necesita. Eso es, verdaderamente, ser patriota.
Salvador Leaños