Aparece entonces el valor del diálogo como alternativa a la violencia y como presupuesto básico de la vida humana en comunidad. No se trata de derrotar sino de conciliar; no abatir sino concordar; no ganar sino restaurar el equilibrio.
Ciudad de México a 1 de octubre de 2020
Estimada comunidad IEE:
No podían ser diferentes al resto de las situaciones que este año ocurren en la sociedad, por eso los festejos patrios fueron tristes y levantaron poco entusiasmo entre los mexicanos. El tradicional grito transcurrió sin público ante plazas desoladas a lo largo del país. Pero más allá de la poca relevancia de las fiestas patrias, la tristeza se centra en que nos encontraron con un país dividido como pocas veces, bajo un clima de polarización que ya alcanza niveles de preocupación.
No se trata de satanizar los desacuerdos y pretender que haya una opinión única, si todo fuera así no habría desarrollo. La misma palabra homonoia del griego se traduce en ‘concordia’: la convención en convenir, es decir, entender que no estaremos de acuerdo en ocasiones pero que podemos alcanzar coincidencias.
Dadas nuestras individualidades y por ende nuestros intereses personalísimos, los desacuerdos son parte cotidiana de la vida humana. Y esto es lo que escuchamos como una justificación para el momento de extrema división que padecemos, olvidando que si bien es verdad que los desacuerdos son parte de la vida, no es menos cierto que los acuerdos también lo son: estamos llenos de convenciones.
Eso es lo que preocupa: el deterioro de la concordia. La poca voluntad en alcanzar coincidencias desde las facciones en disputa. Es de sobra sabido que sólo hay dos formas de resolver los problemas: con la argumentación o con la violencia.
Aparece entonces el valor del diálogo como alternativa a la violencia y como presupuesto básico de la vida humana en comunidad. No se trata de derrotar sino de conciliar; no abatir sino concordar; no ganar sino restaurar el equilibrio. Encontrar la mayor cantidad de puntos de convergencia para encontrar en ellos la base de los acuerdos y no apostar a la derrota completa del adversario.
La labor no parece fácil, pues la falta de concordia se refleja en lo virulento de los ataques; basta entrar a las redes sociales para leer no un intercambio de argumentos sino de ofensas, de gritos, lo que nos señala un claro termómetro del enrarecimiento de la vida comunitaria. Lo que se deteriora antes de las debacles sociales o de las guerras no es el orden jurídico, por cierto, sino la concordia; la tarea de restaurarla es una tarea política, no de jueces.
Pero la política no se hace sólo desde el gobierno, sino que todos somos políticos bajo la perspectiva que la define como el arte del bien común, y cuando la falta de diálogo empieza a desbordar en violencia, es necesario que entendamos aquella diferencia sustancial entre nosotros y los animales: en el caso de los brutos, tienen voz (phoné) mediante el que expresan placer y dolor; los seres humanos tenemos además palabra y pensamiento (logos) mediante el cual podemos expresar lo provechoso y lo nocivo, lo justo y lo injusto, por ejemplo.
Una persona ríe de un chiste mientras a su lado un perro y un gato que también lo escuchan permanecen impasibles; no pueden sacar de las palabras lo que no está en ellos (el humor). Tampoco pretenderíamos que las mascotas encontraran convergencias mediante el diálogo que es sólo inherente al ser humano.
De entre los requisitos para alcanzar acuerdos, rescatemos con urgencia cuatro: (1) si se critica debe ser para construir; se demuele una casa para construir en su lugar otra; (2) honrar la palabra y respaldarla con la acción, vivimos en un mundo de promesas rotas porque se trata nuestra propia palabra con ligereza; (3) tener la humildad de saber escuchar, no es verdad que lo que yo opino o sé es sabiduría y lo que los demás opinan y saben es ignorancia; no es necesario hacer tanta alharaca, las máquinas que mejor trabajan son las que hacen menos ruido, (4) somos seres sociales por naturaleza, no sólo vivimos (como los animales) sino que convivimos y nos construimos en lo que descubrimos de nosotros en la mirada de los demás. La humanidad está por encima de la animalidad, es tiempo de deslindes y definiciones.