“Al hablar de la otredad, se abre un abanico demasiado extenso: puedes ser ecologista, humanitario, artesano, profesionista, materialista, etc. No significa que sea lo único en tu vida, pero sí hacia lo que ordenas tus afectos, tus pensares y tus esfuerzos.”
Estimada comunidad IEE:
Uno de los métodos sociales para identificar personalidades desde una perspectiva no académica, es decir, a partir de la creencia popular, se centra en observar cómo trata una persona a los demás. Es cotidiano escuchar que nos fijemos cómo trata un hombre a su mamá porque esa será la base de cómo lo hará con su esposa, o la mujer al papá con la aseveración correspondiente.
Más allá de que eso sea cierto o no, lo que sí puede afirmarse es que la personalidad se manifiesta en las relaciones que sostiene el individuo, de las que identificamos de entrada tres generales: con él mismo, con Dios y con los demás. Al inicio de la vida el niño se da cuenta de su propia existencia: puede mover su mano, escuchar su propia voz y responder a un nombre que lo identifica; se hace consciente de su propio ser. Luego reconoce que él no decidió venir, ni nacer en esta época ni en este país, al tiempo que pierde seres queridos, entonces intuye una fuerza misteriosa y poderosa que opera por encima de nuestra voluntad; aparece la idea de Divinidad. Finalmente entiende lo que no es él, y ello le abre un mundo exterior maravilloso que lo mismo abarca un objeto que sus padres (los filósofos le llaman ‘otredad’).
Entonces viene la jerarquización en las relaciones. Cuando lo más importante para ti eres tú serás egoísta; si es el cuerpo cuidarás la dieta, y apariencia, si es el intelecto serás un estudioso y lector empedernido; si son tus deseos serás un caprichoso. Cuando el enfoque principal es Dios, tu ser muestra una persona espiritual, religiosa. Delineamos, pues, una personalidad clara.
Al hablar de la otredad, se abre un abanico demasiado extenso: puedes ser ecologista, humanitario, artesano, profesionista, materialista, etc. No significa que sea lo único en tu vida, pero sí hacia lo que ordenas tus afectos, tus pensares y tus esfuerzos. El tomar consciencia de mi ser y del de los otros, además de dejarme claro quién soy y quién no, me ubica en el lugar que ocupo ante los demás, no sólo en un afán de competencia, sino para entender mi realidad.
No deja de llamar la atención la discreta actuación de nuestro país en los pasados Juego Olímpicos que se realizaron en Tokio. La delegación mexicana estuvo conformada por 162 deportistas que ganaron 4 medallas (todas de bronce), resultado que en cualquier comparación nos ubica en una realidad que queremos creer no es la nuestra. Si nos comparamos con Estados Unidos, ellos enviaron a 626 deportistas y se llevaron 113 medallas como ganadores indiscutibles del certamen, su promedio fue de una medalla por 4.6 atletas enviados contra el uno por 40.5 de nosotros. Se objetará que no debemos compararnos con un país poderoso y ganador del certamen, de acuerdo: República Dominicana envió 65 representantes y regresó con 15 medallas con un promedio de una por cada 4.6; de Jamaica fueron 58 que obtuvieron 9 medallas para promediar una por cada 6.4. No existe comparativo favorable desde ninguna perspectiva.
Por eso hay quien elude las comparaciones, a las que califican de ‘odiosas’, pero son siempre necesarias para que nuestro ser ubique su realidad. Hubo quien celebró esos resultados. Y claro que no se trata de culpar a los deportistas que dadas las circunstancias en las que se prepararon, viajaron y compitieron, hicieron demasiado. Dan pena quienes echan las campanas al vuelo para justificar su incompetencia y aceptan que estamos colocados donde debemos; nos alientan, en cambio, los que trabajan duro porque pueden dar más, ya que hay mejores realidades que podemos alcanzar. La forma de relacionarte con un ideal de grandeza también demuestra una personalidad.
Salvador Leaños Flores